¿Por qué no me gusta el fútbol?
- Matías Saldumbere - @saldumbere
- Apr 25, 2016
- 5 min de lectura
Soy de uno de los pocos equipos que sin contar con grandes estrellas es conocido a nivel mundial. A los 6 años fui por primera vez a la cancha. Estadio José María Minella, ciudad de Mar del Plata. Quedé maravillado, millones de papelitos de colores volando, cientos de banderas atravesando las gradas, 15 mil personas cantando al unisono de un lado y otras 15 mil respondiendo del otro lado. Y todo para un partido amistoso de verano. Boca Juniors versus River Plate.
Lo que yo no sabía era que José Barrita también estaba ahí, seguramente a unos pocos metros. A José Barrita lo llamaban 'el abuelo' por tener el pelo cano a una edad temprana. Eso es sólo un detalle, lo importante es que 'el abuelo' había conseguido el liderazgo de 'La Doce' a golpe de puño en el año 81 y había transformado un grupo de aficionados entusiastas en una sociedad ilícita que se financiaba principalmente con la venta de droga en el estadio y con la extorsión a jugadores y directivos. Las peleas con los puños habían quedado en la nostalgia y los enfrentamientos con armas de fuego eran más habituales de lo que yo podía suponer. Enfrentamientos con barras de otros equipos y con la policía, sin embargo podían seguir pisando cada domingo el estadio como cualquier otro hincha, eso sí, sin pagar entrada y con transporte pago si el partido era fuera de Buenos Aires. 'El abuelo' estuvo cuatro años preso por asociación ilícita y extorsión, pero podría haberlo estado por cualquiera de la decena de muertos que provoco 'La Doce' durante los trece años de su liderazgo.
La hinchada de Boca es la más popular de Argentina, incluso es de las más conocidas del mundo, pero tiene tantas causas judiciales abiertas cómo algún partido político, también popular. Y esas causas no son por enriquecimiento ilícito, que también, son en su mayoría por coacción, aparte de unos cuantos asesinatos. Tras la caída de José Barrita aumentaron los enfrentamientos internos, el uso de armas de fuego, las coacciones hacia todos lados, etc. El periodista argentino Gustavo Grabia lo explica muy bien en su libro 'La Doce'.

Todo ello pasaba mientras yo disfrutaba de los últimos años de Maradona, pero sobre todo en los años de Palermo, Riquelme y Guillermo Barros Schelotto. Una época que llegó a su cúspide el 28 de noviembre de 2000, cuando me desperté a las seis y media de la mañana para escuchar por radio la Copa Intercontinental, que enfrentaba a mi equipo contra el primer Real Madrid de Florentino Pérez, el de Casillas, hierro, Roberto Carlos, Makélélé, Figo y Raúl. Pasó lo que nadie imaginaba, minuto siete del partido y Martín Palermo ya le había metido dos tantos a Iker Casillas. La mitad del edificio se despertó con mis gritos, la otra mitad grito conmigo. El partido, tras el descuento de Roberto Carlos, terminó con victoria auriazul.
Hasta 2003 seguí viendo los partidos por televisión y yendo a la cancha cada vez que Boca visitaba mi ciudad. En 2003 me mude a Reus y vi por Internet como Boca volvía a ganar la Copa Intercontinental, esta vez contra el A. C. Milán. Sigo mirando algún partido por Internet y siguiendo la actualidad del equipo, pero sin vivir en una sociedad enfermiza cómo es la de mi país. Un país que tiene como referentes a jugadores de fútbol en vez de a doctores, escritores o científicos. Un país cuyos referentes son malos ciudadanos, drogadictos o evasores de impuestos.
En 2014 fui a visitar mi ciudad y el mismo día que llegué fui a ver un partido de Boca, con todo el jet lag que provocan 24 horas de viaje y atravesando cinco husos horarios. Después de ver a los barrabravas cantando y mostrándose como el centro de la hinchada, llegué a la conclusión de que era cómplice. Ellos eran culpables de decenas de muertes, pero todos eramos cómplices: los directivos por no hacer absolutamente nada para evitar su presencia, las empresas que auspician todo e indirectamente los financian, el Estado que permite que unos asesinos se muestren tan orgullosos de sus hazañas sin que la policía haga nada, y finalmente los aficionados que con nuestra presencia legitimábamos las actuaciones de los violentos.

Decía Galeano que "en su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol". Coincido. Incluso puede abandonar toda política, toda religión e incluso cambiar de sexo, pero los colores que uno disfrutó de niño son irrenunciables.
No me gusta el fútbol porque mis colores están secuestrados por unos mafiosos asesinos. No me gusta el fútbol porque los clubes más grandes del mundo llevan en el pecho de sus camisetas a bancos multinacionales, dignos herederos de los peores usureros del medioevo, o a empresas ligadas a estados asesinos, ya sean Fly Emirates o Qatar Airways. No me gusta el fútbol porque los futbolistas, en su mayoría, viven en un mundo irreal, mostrando una total falta de respeto a sus conciudadanos y emborrachándose de hedonismo. No me gusta el fútbol porque la sección de deportes de los noticieros se ha ido ampliando, sin prestar atención a ningun otro deporte, porque el 90% del tiempo hablan del Barça o del Madrid, de Boca o de River. No me gusta el fútbol porque nadie sabe el nombre de una jugadora de fútbol, apenas un recuadro pequeño perdido en el diario si la selección femenina gana algo, nada más.
No me gusta el fútbol porque dejo de ser un deporte para convertirse en un gran negocio. No me gusta el negocio en el que se transformo, pero amo a Boca. Amo ver una y otra vez un viejo VHS de Boca del 81, con Gatti, Pernía, Mouzo, Ruggeri, Oscar Córdoba, Jorge Benítez, Krasouski, Brindisi, Osvaldo Escudero, Diego Maradona y Hugo Perotti. Amo ver los regates de Riquelme, en esa formación que le devolvió la gloria a Boca: Córdoba; Ibarra, Bermudez, Samuel, Arruabarrena; Serna, Basualdo, Cagna, Riquelme; Guillermo Barros Schelotto y Palermo. Amo las tardes que pasé de niño y de adolescente con mi amigo, los dos hinchas de Boca, jugando al fútbol (excelente él, pésimo yo) o pensando cómo Riquelme podía desequilibrar el próximo partido de la Copa Libertadores o qué locura haría Palermo el siguiente domingo. Él se quedo con lo bueno del fútbol, juega en un equipo ameteur con su hermano y amigos; yo me quedé con lo malo, lo veo como un negocio que muestra lo peor del ser humano.
A todos los que les gusta el fútbol les recomiendo el libro del uruguayo Eduardo Galeano 'Fútbol a sol y sombra', donde aparte de la frase anteriormente citada también dice que "el fútbol es la única religión que no tiene ateos". Y otra vez tiene razón. No me gusta el fútbol, pero amo a Boca.
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